1/7/11

El más bueno del mundo

Ella había entrado de la mano con Él, ambos de mediana edad. Ella le susurraba algo al oído y él la miraba con esa cara que tiene sólo los enamorados. Siempre me intrigó eso de amarse durante tanto tiempo, esa complicidad picarona que algunos logran con mucho trabajo, imaginaba.
Empecé a atenderlos en mi laburo, mes a mes, charla va, charla viene:
Ella:-No ando bien de salud.
Yo:-Cuidate.
Empezó a aparecer él solamente, en su (calculado a ojímetro) morochidad tucumana de metro ochenta, lindo, canosón, una sonrisa llena de dientes blancos, amoroso en su trato para con todo el mundo.
Yo:-¿Cómo está Ella?
Él:-Nada bien.
No me animé a preguntar más.
La siguiente vez entraron ambos como siempre, de la mano, cuchicheando, riéndose. Ya tenía una peluca y me contó.
Ella: Amor ¿comprás bizcochos de grasa?
Él: Enseguida.
Hoy hace cuatro días que Ella murió, Él fue a avisarme y yo lo único que recuerdo de todo lo que me habló fue que Él era el hombre más bueno del mundo, que todo tiene un principio y un fin, que cuando se trata de enfermedades de mierda no queda más que resignarse tratando de que, lo que resta sea el mejor recuerdo para los que quedan, que nada...absolutamente nada habría sido fácil sin Él a su lado.
Ella era bella, su voz era particular de esas voces que las escuchás una vez y las reconocés, grave...pausada.
Ella:-En veinte años de estar juntos no me vas a creer, nadie me cree...nunca peleamos. No sé cómo pasó pero existe Ale ¿ves? es el hombre más bueno del mundo.

No es ficción.

2 comentarios:

Gingerale dijo...

yo creo que ella ha de haber bebido del dulce licor del perdón y del olvido. Ese ha de ser el secreto.

Abrujandra dijo...

Gingerale: Creo que dulce ese licor no debe ser.