16/4/13

De otras cacerías


Que cómodos quedan los lugares de mierda que hay adentro de uno. Parece que se los dejara arriba de la mesada como un encendedor. Como algo que se va a usar en un rato. Que asqueroso es comprobar que cuando da fiaca uno se mete en la mierda por pocas ganas de luchar y por costumbre al olor de uno mismo. Que cómodo queda adentrarse en las penumbras de un estado frecuentado por años y que por mas horrible que resulte hay cierta tranquilidad de estar en un ámbito conocido.
En esos momentos es bueno encender, con cautela, alguna luz de atención.
Cuando los elixires modernos no son suficientes para lograr un estado anímico correspondiente a lo que el mundo espera de uno, no queda más que recluirse un poco y darse algún gustito. Cuanto mejor si se puede compartir con una piel que traiga de abajo de la ceniza del alma, alguna brasa que recuerde que uno solía matar o morir por estas cosas. Entonces es más fácil recordar algo bueno de lo que uno ha sido. Por ahí algo de eso queda adentro todavía.
Si la tristeza se puede mezclar con algunas risas y alguien hace algo bueno por despertar la alegría, se puede decir que no hay tanto perdido después de todo.
Y luego a matar y morir, como cuando hervía la sangre mas aún que ahora, cuando un baldío era suficiente, cuando las ganas eran mas que el disfrute incluso.
Tardes de vino y risas que te alejan un segundo de la muerte.
Grises amistades domingueras. Luminosas amistades que esperan el café relajando su simple y bella humanidad sobre el parquet. Bizarras, tiernas, cachondas amistades domingueras que hacen bien a la salud.
Dos cazadores, dos depredadores que se encuentran en la sabana y hartos de cartuchos y de salvas se sientan un segundo a prender un fuego y hablar de cacerías, que fueron mejores o peores.
Ambos concuerdan desde sus dos lugares tan distintos, que la mira de su fusil ya es parte de su vista, que el gatillo se volvió su mano, que el disparo es su voz.
Ya están instalados en ese lugar y a veces suele ponerse difícil de llevar. A veces él y ella se confiesan que se hunden con facilidad en sus lugares oscuros... conocidos.
Entonces reflexionan en lo difícil que puede ser decidirse a salir sin cartuchos, sin armas, sin salvas. Llegar frente a la presa y darse cuenta que la presa es uno. Permitirse un momento de indefensión.
Y en medio de la selva feroz y cruel en la que viven, se confiesan, cautelosos, sin que nadie los escuche que...preferirían ser cazados.



Escrito en Posadas, Misiones en mayo del 2001

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

A veces no me soporto a mí mismo.

Abrujandra dijo...

Los momentos puramente humanos querido Demiurgo.