La conciencia me carcome, no siempre, para qué te viá mentir, es la pura verdad, pasa que queda biám decir "ay, era tan mala, qué arrepentida estoy virgencita de Caacupé", ná, fui una hermana mayor mala.
Actualmente nos separan 2500 kms. a mi hermano, éste del que te voy a contar, y a mí, él está en Posadas y yo, acá...sí acá. De vez en cuando charlamos, tipo comercial, aunque reconozco a veces en su voz, la alegría de saber de mí, no es algo que finja, lo que sí, rapidito se le pasa...en fin.
Te voy pasando las series fotográficas, las mismas fueron elaboradas cuidadosamente por nuestro padre cuando iba a visitarnos al lugar mágico, dos veces al año, vacaciones de invierno y verano. Primero era extrañarlo tanto y saludar a todos los aviones que pasaran pensando que él iba allá y, por supuesto, a los gritos para terminar llorando y nuestra madre, puteando.
Cuando al fin llegaba él cargado de regalos, esperábamos pacientemente a que despertara todos los días, jamás lo hacía antes del mediodía. Nosotros, viviendo en una granja, no sabíamos lo que era dormir hasta tarde, es más, solos nos despertábamos, así que esperarlo contenía una ansiedad terrible. Una vez que estaba en pie nos divertíamos mucho, jugábamos en el lago, pero el muy vivo (mi padre) se exponía al sol de verano de San Bernardino, en los primeros días, así que a la semana no podíamos seguir jugando porque estaba malhumorado y dolorido.
Marce (o Pablo como le gusta hacerse llamar, dice que Marcelo es nombre de puto, su nombre es Pablo Marcelo, como si el nombre lo fuera todo) fue mi único hermano hasta que cumplí los trece, mi única víctima.
Fui la primera nieta materna, así que mis abuelos me adoraron y mimaron hasta mis casi tres años, cuando mi abuelo se dejó morir el muy tonto. Y tuuuuuuuuvo que llegar este bodoque insufrible, llorón, hinchapelotas, a dejarme en el lugar de "hermana mayor", esperar a que lo atendieran porque era más chico. Ah...y para colmo de males en un lugar y en una época donde ser varón, era una bendición propiamente.
Recuerdo que quise cortarle los dedos...sí, no pongas esa cara ¿qué tiene?....bueno, los deditos, el recuerdo es de hace tanto tiempo que no tiene sonidos, sólo un par de imágenes, así que calculo que tendría yo unos tres años y medio, él un año aprox.;la primera es de su manito bajo la mía y la tijera que no cortaba, la segunda es él upa de nuestra madre con el dedo o la mano vendada llorando y mi mamá gritando en off.
Recuerdo que nuestro padre entre los regalos traía cajas llenas de galletitas dulces glaseadas que, eran una curiosidad y nos retaceaban porque sino nos las engullíamos. Yo esperaba la siesta, me escurría descalza hasta la cocina amarilla (la otra era la de campaña) y tenía que llevarme lejos la caja porque el celofán hacía ruido y el sueño liviano de mi madre podía llegar a ser catastrófico. Claro que no faltaba mucho para que mi madre se diera cuenta que la caja se vaciaba rápidamente y siempre me las ingeniaba para que ligara él. Por ej. le ponía galletitas en los bolsillos del short o debajo de la almohada, porque él sí dormía la siesta.
Bueno, para que te des una idea de lo que significaba ser descubierto tengo que contarte que nuestra madre nos aplicaba inolvidables correctivos dignos de ser olvidados.
Cuando le estaba siendo aplicado el castigo, me agarraba una especie de pena por él, pero se me pasaba enseguida.
En el pueblo vive aún mi tío con su familia, hoy grandísima por los nietos, pero cuando éramos chicos y venían nuestros primos estábamos de fiesta...otros chicos para jugar. Pasa que, vivíamos a tres kilómetros de la ruta y de la ruta a diez kms. del pueblo. En realidad la zona era conocida como Yvy angy 2da., a la altura del km. 47.
Digamos que no éramos visitados por nuestros vecinitos, ya que simplemente, no los teníamos.
Mi abuela cumplía sesenta años, una joda desde temprano con asado a la estaca, ensaladas, chupi, serenata, dedicatorias radiales y toda la familia..."juguemos al gallito ciego" propuse porque como mayor, tenían que hacerme caso, los demás primos también tenían cierto gusto por hacerlo "caer" ya que, además de ser mimado, era un llorón buchonazo de primera. El gallito estaba cantado de entrada, lo hicimos girar como un trompo, hasta que nos cansamos, a la primera de cambio se dió la frente contra una de las columnas de casa (de piedra) partiéndose la frente. No te imaginás el escándalo, le brotaba la sangre, mi tía embarazada se desmayó creyendo que se había sacado un ojo (¿con un golpe tía? por favor); nos corrieron con varillas porque sabían de nuestras intenciones. Cuestión de que el cumpleaños terminó mal.
Fue un tajito pedorro nomás, pero chillaba como chancho al que le erran el cuchillazo.
Recuerdo otra vez que acompañé a mamá a hacer compras para las fiestas de fin de año a San Lorenzo y, no sé cómo, accedió a comprar una curiosidad....dentadura postiza de vampiro...compró dos. Apenas llegamos era de tardecita y lo llamé entre los mandarinales, le decía que le iba a mostrar algo, cuando se acercó, le dije que no sabía qué me pasaba, que estaba rara y me doy vuelta de golpe sonriendo con la dentadura postiza y salió corriendo mientras gritaba..."Ale es grásculaaaaaaaaaa mamáaáááá". Me reí mucho. El correctivo me fue aplicado, como corresponde, tenía todo planeado menos la zafada.
Cuando volvíamos de la escuela, él corría gritando que el que llegara primero a tocar a la abuela ganaba. Qué, no sé. Pero tenía esa fijación por hacerlo todo primero, en correr siempre le ganaba yo claro.
Mirábamos películas, las que nos dejaban claro, en una de ellas habíamos visto cómo unos chicos jugaban con cierto artilugio en un lago....zas...se nos prendió la lamparita. Constaba de un palo atado al medio por una soga que pendía de la rama de un árbol, de manera que uno podía encaramarse y largarse al medio del agua. Claro que no teníamos manera de hacerlo ya que, el lago estaba un tanto lejos como para nuestro propósito, él nunca se dió cuenta de ello. Lo más cerca que teníamos era un árbol de cocú, sus ramas flexibles son fuertes, pero había luego una barranca de unos dos metros, un poco de playa y después empezaba el agua. Lo ayudé y cuando terminamos lo azucé "yo primero, yo primero"...cayó, subió primero y terminó estampado contra el alambrado de púas. Ya a esta altura (cronológica) de maldades mías, nuestra madre había adoptado la postura salomónica y ligábamos los dos por igual.
El tema de los correctivos nos eran aplicados cuando la abuela no estaba, ella no dejaba que nos pegaran, pero nuestra madre iba anotando en su librito negro cada macana y después nos pasaba la cuenta. La cosa era más o menos así, el librito negro era la palma izquierda abierta, y el lápiz, imaginario, ocupándose de que la viéramos cuando hacía ese ademán.
Todo empezó a terminar cuando él me vio fumando por primera vez y a escondidas en el patio de la casa en la que vivíamos en Posadas, tenía yo catorce años, y vino a avisarme que mamá estaba llegando del supermercado.
Actualmente nos separan 2500 kms. a mi hermano, éste del que te voy a contar, y a mí, él está en Posadas y yo, acá...sí acá. De vez en cuando charlamos, tipo comercial, aunque reconozco a veces en su voz, la alegría de saber de mí, no es algo que finja, lo que sí, rapidito se le pasa...en fin.
Te voy pasando las series fotográficas, las mismas fueron elaboradas cuidadosamente por nuestro padre cuando iba a visitarnos al lugar mágico, dos veces al año, vacaciones de invierno y verano. Primero era extrañarlo tanto y saludar a todos los aviones que pasaran pensando que él iba allá y, por supuesto, a los gritos para terminar llorando y nuestra madre, puteando.
Cuando al fin llegaba él cargado de regalos, esperábamos pacientemente a que despertara todos los días, jamás lo hacía antes del mediodía. Nosotros, viviendo en una granja, no sabíamos lo que era dormir hasta tarde, es más, solos nos despertábamos, así que esperarlo contenía una ansiedad terrible. Una vez que estaba en pie nos divertíamos mucho, jugábamos en el lago, pero el muy vivo (mi padre) se exponía al sol de verano de San Bernardino, en los primeros días, así que a la semana no podíamos seguir jugando porque estaba malhumorado y dolorido.
Marce (o Pablo como le gusta hacerse llamar, dice que Marcelo es nombre de puto, su nombre es Pablo Marcelo, como si el nombre lo fuera todo) fue mi único hermano hasta que cumplí los trece, mi única víctima.
Fui la primera nieta materna, así que mis abuelos me adoraron y mimaron hasta mis casi tres años, cuando mi abuelo se dejó morir el muy tonto. Y tuuuuuuuuvo que llegar este bodoque insufrible, llorón, hinchapelotas, a dejarme en el lugar de "hermana mayor", esperar a que lo atendieran porque era más chico. Ah...y para colmo de males en un lugar y en una época donde ser varón, era una bendición propiamente.
Recuerdo que quise cortarle los dedos...sí, no pongas esa cara ¿qué tiene?....bueno, los deditos, el recuerdo es de hace tanto tiempo que no tiene sonidos, sólo un par de imágenes, así que calculo que tendría yo unos tres años y medio, él un año aprox.;la primera es de su manito bajo la mía y la tijera que no cortaba, la segunda es él upa de nuestra madre con el dedo o la mano vendada llorando y mi mamá gritando en off.
Recuerdo que nuestro padre entre los regalos traía cajas llenas de galletitas dulces glaseadas que, eran una curiosidad y nos retaceaban porque sino nos las engullíamos. Yo esperaba la siesta, me escurría descalza hasta la cocina amarilla (la otra era la de campaña) y tenía que llevarme lejos la caja porque el celofán hacía ruido y el sueño liviano de mi madre podía llegar a ser catastrófico. Claro que no faltaba mucho para que mi madre se diera cuenta que la caja se vaciaba rápidamente y siempre me las ingeniaba para que ligara él. Por ej. le ponía galletitas en los bolsillos del short o debajo de la almohada, porque él sí dormía la siesta.
Bueno, para que te des una idea de lo que significaba ser descubierto tengo que contarte que nuestra madre nos aplicaba inolvidables correctivos dignos de ser olvidados.
Cuando le estaba siendo aplicado el castigo, me agarraba una especie de pena por él, pero se me pasaba enseguida.
En el pueblo vive aún mi tío con su familia, hoy grandísima por los nietos, pero cuando éramos chicos y venían nuestros primos estábamos de fiesta...otros chicos para jugar. Pasa que, vivíamos a tres kilómetros de la ruta y de la ruta a diez kms. del pueblo. En realidad la zona era conocida como Yvy angy 2da., a la altura del km. 47.
Digamos que no éramos visitados por nuestros vecinitos, ya que simplemente, no los teníamos.
Mi abuela cumplía sesenta años, una joda desde temprano con asado a la estaca, ensaladas, chupi, serenata, dedicatorias radiales y toda la familia..."juguemos al gallito ciego" propuse porque como mayor, tenían que hacerme caso, los demás primos también tenían cierto gusto por hacerlo "caer" ya que, además de ser mimado, era un llorón buchonazo de primera. El gallito estaba cantado de entrada, lo hicimos girar como un trompo, hasta que nos cansamos, a la primera de cambio se dió la frente contra una de las columnas de casa (de piedra) partiéndose la frente. No te imaginás el escándalo, le brotaba la sangre, mi tía embarazada se desmayó creyendo que se había sacado un ojo (¿con un golpe tía? por favor); nos corrieron con varillas porque sabían de nuestras intenciones. Cuestión de que el cumpleaños terminó mal.
Fue un tajito pedorro nomás, pero chillaba como chancho al que le erran el cuchillazo.
Recuerdo otra vez que acompañé a mamá a hacer compras para las fiestas de fin de año a San Lorenzo y, no sé cómo, accedió a comprar una curiosidad....dentadura postiza de vampiro...compró dos. Apenas llegamos era de tardecita y lo llamé entre los mandarinales, le decía que le iba a mostrar algo, cuando se acercó, le dije que no sabía qué me pasaba, que estaba rara y me doy vuelta de golpe sonriendo con la dentadura postiza y salió corriendo mientras gritaba..."Ale es grásculaaaaaaaaaa mamáaáááá". Me reí mucho. El correctivo me fue aplicado, como corresponde, tenía todo planeado menos la zafada.
Cuando volvíamos de la escuela, él corría gritando que el que llegara primero a tocar a la abuela ganaba. Qué, no sé. Pero tenía esa fijación por hacerlo todo primero, en correr siempre le ganaba yo claro.
Mirábamos películas, las que nos dejaban claro, en una de ellas habíamos visto cómo unos chicos jugaban con cierto artilugio en un lago....zas...se nos prendió la lamparita. Constaba de un palo atado al medio por una soga que pendía de la rama de un árbol, de manera que uno podía encaramarse y largarse al medio del agua. Claro que no teníamos manera de hacerlo ya que, el lago estaba un tanto lejos como para nuestro propósito, él nunca se dió cuenta de ello. Lo más cerca que teníamos era un árbol de cocú, sus ramas flexibles son fuertes, pero había luego una barranca de unos dos metros, un poco de playa y después empezaba el agua. Lo ayudé y cuando terminamos lo azucé "yo primero, yo primero"...cayó, subió primero y terminó estampado contra el alambrado de púas. Ya a esta altura (cronológica) de maldades mías, nuestra madre había adoptado la postura salomónica y ligábamos los dos por igual.
El tema de los correctivos nos eran aplicados cuando la abuela no estaba, ella no dejaba que nos pegaran, pero nuestra madre iba anotando en su librito negro cada macana y después nos pasaba la cuenta. La cosa era más o menos así, el librito negro era la palma izquierda abierta, y el lápiz, imaginario, ocupándose de que la viéramos cuando hacía ese ademán.
Todo empezó a terminar cuando él me vio fumando por primera vez y a escondidas en el patio de la casa en la que vivíamos en Posadas, tenía yo catorce años, y vino a avisarme que mamá estaba llegando del supermercado.

Nuestro padre, en su eufórica maratón por ser fotógrafo profesional, nos hacía posar en medio de los camalotes que traían las lluvias.





Las demás no son imágenes explicativas, al menos con palabras dichas o escritas.