9/12/11

Funebrero

Hay épocas en que la gente que conocés, se va muriendo y es un signo casi palpable de que te está quedando poco hilo en el carretel. Se pone preocupante cuando empiezan a ser tus amigos, tus hermanos es como el anuncio de tu proximidad al final de todo.
Tan sencillo y tan inabarcable como escribir la mayor suma numérica que se te ocurra.
Por estos días, la muerte se llevó un par de tías, una con seis años más que yo y otra con setenta y cinco, digamos que la última ya postulaba para el puesto. Una amiga que está viendo morir a su compañero de vida y yo, sólo la abrazo...ella que creía en dios, me dijo que estaba enojada con él, que al menos, si se lo llevaba, que no lo hiciera sufrir y, tal y como creo, hace sesenta días que el tipo agoniza una prueba más de que, todo es azaroso.
Recordaba las muertes a las que asistí, aquel fiambre que irrumpió mi paso por la desierta galería de un sanatorio, aquella mujer que se estaba muriendo y me miraba, me miraba, me miraba. Aquella vez en que la muerte era tan palpable para mí que yo, sólo me entregué.
Y resulta que la muerte del otro siempre nos hace sentir más vivos, pero pasa un poco el tiempo y de vuelta estamos con la cabeza metida en la cotidianidad, ella está como materia pendiente a rendir, como la última que, con toda certeza...vos, yo...la vamos a rendir.
Resulta que, al fin de cuentas este viaje que para algunos, no tiene fecha de llegada o de fin, es así y vas eligiendo los pasos a seguir como si no se fuera a terminar.
La muerte no es terrible, no es un destino cruel, es así nomás es el fin.
Por estos días, S. Menor se le andaba haciendo carne la magnitud de la ausencia total cuando una persona se muere, tema difícil pero, a armarse de paciencia.